A Kurt Fisher: 1953-2011
A principios de 2009 la compañía de mosaicos de lujo Bisazza
contrató para una campaña publicitaria al famoso fotógrafo Nobuyoshi Araki. La
promoción fue un éxito, pero una de las imágenes fue rápidamente prohibida en
el Reino Unido por la ASA (Advertising Standards Authority), con el argumento
de que tenía una fuerte carga de violencia sexual. La fotografía mostraba a la
modelo atada y con una expresión extraña en el rostro…
Ya estoy acostumbrado a cualquier tontería en cuestión de
censuras, pero me sorprende que la obra de Araki todavía levante controversias.
Considerar misógino a uno de los mayores adoradores de la belleza femenina es
una muestra de miopía tan increíble que me parece necesario, como fan de Araki
y aficionado al BDSM, aclarar algunos puntos sobre el arte del shibari que
hubieran evitado el malentendido de la ASA.
Una precisión inicial: la palabra shibari (縛り)
significa literalmente “atadura”, mientras que kinbaku (緊縛) se
podría traducir como “atar fuertemente”. En la práctica, ambas palabras se
emplean casi indistintamente (con ciertos matices) para referirse al arte
japonés de la atadura erótica, a cuya historia, significado y belleza está
dedicado este artículo.
1. Una atadura es un abrazo fuerte
¿Por qué resulta erótico inmovilizar
o restringir el movimiento? Para la persona atada, el efecto es en parte
físico: la presión de las cuerdas sobre puntos sensibles y zonas erógenas, el
roce que puede ser suave o áspero según el tipo de cuerda… En una suspensión entra en juego la ingrávida
sensación de volar y perder los referentes; en una atadura sobre tatami o una
cama, el sentirse manejada, empujada, acariciada por las cuerdas. Los efectos
psicológicos son potentísimos y a veces contradictorios: el chorro de
adrenalina al sentirse indefenso y a la merced del atador, frente a la
relajación y confianza de saberse en buenas manos y poder librarse de toda
responsabilidad y vergüenza (“no puedo resistirme al placer que se me
proporciona”). Como sostiene el propio Araki, atar fuertemente es abrazar… Las
cuerdas se convierten en una extensión de los dedos del atador.
El establecimiento de una comunicación fluida entre atador y
atado convierte una sesión de shibari (sea performance con público, sea juego
privado) en un cruce entre baile intenso y pelea de artes marciales… Entra también en juego el aspecto estético:
la disposición de las cuerdas realzando y subrayando las formas de la persona
atada, la contorsión erótica de los cuerpos, las posturas tanto expuestas como
recogidas, tensas o relajadas. La expresión de la cara de la persona atada
suele ser clave en las fotografías de shibari: en una cultura como la nipona,
famosa por su impenetrabilidad facial, dejar traslucir una emoción profunda
crea un instante potente y significativo.
¿Y qué hace el atador cuando tiene a
la “víctima” a su merced? ¿La azota? ¿La acaricia? ¿La fotografía? ¿Folla con
ella? ¿Deja que vuele? ¿Le venda los ojos para que se aísle del mundo exterior
y se cueza en su propia salsa? Pues todo, parte o nada de lo anterior,
dependiendo de la relación existente entre ambos (tan ligera como atador/modelo
fotográfico o tan profunda como pareja habitual). Cada tipo de interacción
tendrá su propia energía artística y vital.
2. La atadura sagrada
No es casual que el arte de la atadura (erótica o no) se
haya desarrollado sobre todo en Japón, ya que el uso creativo de cuerdas y
envoltorios ha formado parte de su tradición social y cultural ya desde el
periodo Jōmon (literalmente “diseño de cuerda”), que va desde el 14.000 hasta
el 400 antes de Cristo y recibe su nombre de los hermosos patrones realizados
mediante sogas de yute en piezas de alfarería. Envolver cuidadosamente los
obsequios es también un arte con sus propias reglas: es conocida la historia
del maestro zen Ejo Takata, que le regaló a Jodorowsky un paquete
intrincadamente envuelto. Cuando tras mucho esfuerzo logró desenvolverlo, el
escritor chileno vio que estaba vacío: el auténtico regalo era la experiencia
estética efímera e irrepetible de deshacer la hermosa y complicada atadura.
Hasta en la religión sintoísta tienen un papel importante
las ataduras: las cuerdas llamadas shimenawa marcan los lugares considerados
puros o sagrados, como los templos o los árboles donde habitan los espíritus…
3. La atadura como arte marcial
Pero la mayor fuente histórica del shibari se puede rastrear
en el hojōjutsu (捕縄術), un arte marcial japonés que enseña a utilizar cuerdas
para capturar y atar prisioneros para su arresto, transporte o castigo. Sus
orígenes pueden rastrearse hasta el siglo XVI como arma de guerra (era una de
las 18 técnicas de lucha en que se instruía a los samurai), y posteriormente
como herramienta policial.
La habilidad japonesa para ritualizar y embellecer
actividades cotidianas (desde la ceremonia del té hasta la caligrafía o los
arreglos florales) entró también en juego con el hojōjutsu: las ataduras del
prisionero podían seguir complicados patrones según su clase social, el delito
cometido o el castigo que le estaba reservado. Diferentes escuelas enseñaban
sus propias técnicas secretas de atadura y empleaban cuerdas de diferente color
(dependiendo de la estación del año), grosor o material.
Un punto en común de todas estas técnicas es que no se
preocupaban en exceso del bienestar del criminal, presionando con las cuerdas
puntos de dolor o dificultando la respiración. De hecho algunas ataduras se
utilizaron abundantemente como método de tortura durante el periodo Edo (siglos
XVII-XIX). Según documentos de la época, dos de las peores torturas que se
podían aplicar legalmente sobre un criminal eran las ataduras llamadas ebizeme
(con el criminal contorsionado dolorosamente sobre sí mismo, ver ilustración
adjunta) y tsurizeme, consistente en suspender todo el peso del prisionero de
sus brazos atados a la espalda. Hay documentados poquísimos casos en que estos
métodos de tortura no obtuvieran apresuradas confesiones… Con excepciones, la
más llamativa la de una mujer llamada Fukai Kane, detenida en 1871 como
sospechosa de asesinato y más tarde puesta en libertad sin cargos… Ante la
sospecha de los sorprendidos carceleros de que el suplicio estaba teniendo un
efecto diametralmente opuesto al previsto.
4. De la brutalidad al arte erótico
Independientemente de la curiosa actitud de la señora Kane,
es evidente que en esa época tanto el hojōjutsu como la tortura de la cuerda
eran actividades brutales, que podían dejar secuelas permanentes en sus
víctimas y que no buscaban ningún tipo de connotación sensual. El paso de la
brutalidad medieval al refinamiento del arte erótico se dio de forma gradual
durante el siglo XIX y llegó a su cumbre gracias a la influencia del pintor
Itoh Seiyu, llamado el “padre del kinbaku”.
Nacido en 1882, Itoh recibió profundas influencias del arte
del ukiyo-e (los bien conocidos grabados xilográficos sobre madera) y
especialmente de los shunga o “dibujos de primavera”, grabados explícitamente
sexuales inmensamente populares en la época. Ya tuve oportunidad de hablar en
Jot Down del terremoto erótico tentacular que Katsushika Hokusai ocasionó con
El sueño de la mujer del pescador … Otros autores de shunga jugaron un papel
similar en la erotización de las ataduras y las escenas de violencia (seme-e):
desde los asaltos de Kunisada Utagawa o las cortesanas castigadas de Koryusai
Isoda hasta la terrible y extrañamente erótica imagen de una embarazada
suspendida cabeza abajo en la cabaña de una bruja: La casa solitaria del
pantano de Adachi del gran Tsukioka Yoshitoshi. También en el teatro kabuki más
popular en la época empezaron a prestársele una especial atención a las escenas
de torturas o ataduras (relativamente abundantes en los dramáticos argumentos
de las obras), interpretadas con convicción por actores que adoptaban papeles
masculinos y femeninos. Al joven Itoh le causaron gran impacto escenas como la
representada en la imagen adjunta, de una obra kabuki en que una princesa
llamada Chujo es atada bajo una fría tormenta de nieve…
Itoh Seiyu absorbió estas influencias y las combinó con su
propia querencia por los juegos eróticos de dominación y sumisión (lo que hoy
llamaríamos BDSM), haciendo nacer el arte del shibari. La primera mujer de
Seiyu no compartía en absoluto sus preferencias eróticas, y el suyo fue un
matrimonio frío. Pero su segunda esposa y modelo, una delicada mujer llamada
Kiseko, era sexualmente masoquista y sentía un enorme placer al ser atada (y
retratada) por Itoh. Seiyu transformó gradualmente las ataduras del hojōjutsu
buscando convertir la brutalidad en placer: las cuerdas que antes presionaban
estratégicamente nervios causando un gran dolor pasaron a buscar las zonas
erógenas y seguras; empleó nudos y pases de cuerda que no se apretaran con el
forcejeo, evitando así el riesgo de cortar la circulación…
Esta preocupación de Itoh (y, como veremos, sus discípulos)
por la seguridad de las ataduras será muy importante en escenas fotográficas
realmente intensas, como la controvertida imagen de la suspensión cabeza abajo
de Kiseko embarazada (en homenaje al ukiyo-e de Yoshitoshi antes comentado) o
una sesión de fotografía en la nieve realizada en pleno febrero…
Inevitablemente Itoh acabó teniendo problemas con la censura
y al menos en dos ocasiones pasó por comisaría: la primera vez por publicar
“material obsceno” y la segunda por unos dibujos ofensivos hacia el
Confucianismo. Sin embargo, más adelante su popularidad como artista y enfant
terrible le permitió suavizar sus relaciones con las autoridades, hasta el
punto de terminar dando clases de hojōjutsu a policías o colaborando en un
libro gubernamental sobre la justicia en la época Edo.
Para entender esta libertad sorprendente a ojos occidentales
tengamos en cuenta que parte del Japón cultural de los años 20-30 estaba
influido por los excesos artísticos de la república de Weimar y tendencias
experimentales de vanguardia… Mientras en los EEUU resultaba problemático usar
la palabra “embarazada” en la radio, en Japón nacían movimientos artísticos
como el Ero Guro Nansensu, dedicado a la corrupción sexual, lo deforme y lo
grotesco. Itoh Seiyu no pertenecía a este movimiento (buscaba más el
refinamiento clásico que la transgresión rompedora), pero se benefició del
ambiente de la época.
5. El club de las historias extrañas
Cuando por fin logre viajar a Japón (llevo años intentándolo
infructuosamente), visitaré sin falta un distrito tokiota llamado Iidabashi… A
tres minutos de la estación de tren, un edificio aparentemente anodino alberga
sin embargo un museo-librería realmente único: el Fuzoku Shiryoukan o “Museo de
lo Anormal”. Fundado en 1984, alberga la mayor muestra mundial de publicaciones
relacionadas con el sadomasoquismo: una colección privada de más de 17.000
volúmenes, 2.000 vídeos, centenares de documentos históricos y un increíble
portafolio con casi todas las obras originales de Itoh Seiyu.
Una de las joyas de este museo es la colección completa de
una legendaria revista llamada Kitan Club (abreviatura de “El club de las
historias extrañas”), que nació en Osaka tras la Segunda Guerra Mundial como
publicación underground de relatos escandalosos o divertidos. Sin embargo, a
partir de mediados de los cincuenta su editor cambió la orientación de la
revista especializándola en sadomasoquismo y shibari… La decisión fue tomada
sobre todo gracias al éxito de ventas del número de julio de 1952, que contenía
una ilustración llamada Diez mujeres atadas de un dibujante aún desconocido
llamado Kita Reiko. Esa ilustración se puede considerar fundacional, al abrir
un nuevo camino al arte del shibari hacia los medios de comunicación.
Kitan Club alcanzó una enorme fama, y acogió a alguno de los
mayores talentos artístico-eróticos de la época… Kita Reiko resultó ser un
alias de Minomura Kou, discípulo de Itoh Seiyu y continuador de sus estudios
sobre la violencia erótica en el teatro kabuki. El prolífico y recientemente
fallecido escritor Dan Oniroku empezó aquí su carrera literaria con la historia
Hana to Hebi (“Flor y serpiente”), que sería adaptada al cine en varias
ocasiones por la poderosa productora Nikkatsu. También empezó a escribir en
Kitan Club en esa época el legendario Nureki Chimuo, reconocido hoy en día como
el mayor nawashi (“maestro de cuerda”) vivo…
Mientras tanto, en Occidente, varios ejemplares de Kitan
Club caían en manos de un dibujante y fotógrafo llamado John Alexander Scott
Coutts, alias John Willie. Fue un auténtico pionero del arte fetichista en
occidente (se le llegó a conocer como “el Rembrandt del pulp”), jugando en EEUU
un papel similar al de Itoh Seiyu en Japón. Se puede rastrear la influencia del
shibari en muchos de sus dibujos para la revista Bizarre (¡qué delicioso su
personaje de Sweet Gwendoline!) y en gran parte de las fotos eróticas en que
ató a modelos como la conocida pin-up Betty Page. Por supuesto, la influencia
fue bidireccional, y en varios ejemplares de Kitan Club pueden encontrarse
obras de Willie, Eric Stanton y otros dibujantes y fotógrafos estadounidenses
de la época.
Kitan Club abrió camino a muchas otras revistas, libros de
fotografía, novelas y películas relacionadas con el sadomasoquismo y el
shibari. Algunas de estas publicaciones resultaron copias cutres sin alma ni
sentimiento o sufrieron altibajos por culpa de los vaivenes de la censura, pero
otras alcanzaron pronto grandes niveles de calidad artística. Fue por ejemplo
en la revista SM Sniper donde Nobuyoshi Araki, con el que abríamos este
artículo, publicó en 1979 uno de sus mejores portafolios de shibari…
6. Nawashi: artistas de la cuerda
En la época pre-Internet, estas publicaciones permitieron
poner en contacto a modelos, atadores y aficionados, facilitando el intercambio
de ideas, información y técnicas. De ese caldo de cultivo han ido surgiendo con
el tiempo grandes nawashi (“maestros de la cuerda”), es decir, personas con
reconocido talento para la atadura erótica. Para ser considerado un nawashi no
hace falta sólo habilidad técnica, sino sobre todo sentido estético y capacidad
para establecer una comunicación profunda con la modelo. Cada nawashi tiene su
propio estilo: hay quien prefiere las suspensiones y quien favorece el bondage
de suelo; hay quien gusta de los patrones ordenados y quien potencia la
asimetría y la originalidad…
Uno de los nawashi más influyentes fue Akechi Denki, un
genio natural de la cuerda. De carácter suave, amable y dialogante, contribuyó
enormemente no sólo al avance de la técnica de la atadura sino también a
acercar al público su arte, más allá de los círculos elitistas en que se movió
el shibari en sus inicios. Akechi falleció prematuramente en 2005, dejando tras
de sí alguno de los mejores libros de fotografías de shibari de la historia
(por ejemplo el magnífico Pleasure and a Little pain, con la modelo Kate
Asabuki). La autora francesa Agnès Giard le dedica su imprescindible ensayo
L’imaginaire erotique au Japon usando estas palabras: “A la memoria de Akechi
Denki, que ataba a las mujeres tan dulcemente que ya no querían ser desatadas”.
Y hablando de mujeres: probablemente algún lector se haya
preguntado si también hay mujeres maestras de la cuerda… Y evidentemente la
respuesta es sí, cada vez más, aunque algunos de los primeros nawashi se
mostraran reluctantes a la idea. En la época feudal japonesa, donde hemos visto
que tiene uno de sus orígenes históricos el shibari, la cuerda era dominio exclusivo
de los hombres (con la única excepción de las kunoichi o “mujeres ninja”). Fue
precisamente Akechi Denki uno de los primeros nawashi en enseñar su arte a
mujeres como la habilísima Benio Takara, actualmente una reconocida Dómina y
maestra de la cuerda.
Y empezaré la última sección de este artículo con otro gran
ejemplo de mujer nawashi…
7. Volar sobre un escenario
![](https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEgImsRTTxDffB30CrIP57VyOX0NSP-4_O1JywuojBE3ZOwGuS2wk6zp-1mlOVutDjMTQ1GyVS9hqTvd7j5RqrWUZI_9jp6ULjIT72cCtXoqOZek6OFprdMFoMvP7vI7Dmbtt-HBMFVuF9w/s320/shibari-11.jpg)
Barcelona, 9 de Abril de 2011. Se celebra el acto benéfico
Cuerdas por Japón, creado por el artista Alberto No Shibarien favor de las
víctimas del reciente tsunami. Mientras suena de fondo la música de los Yoshida
Brothers, una mujer llamada Despertant se acerca a un chico joven que le espera
en actitud tranquila. La mujer coge un manojo de cuerda de yute. Con un tirón
rápido de la mano (similar al gesto de arrancar la anilla a una granada) la
despliega elegantemente y comienza a usarla para atar al joven, partiendo de
las muñecas cruzadas en la espalda y tensando la cuerda alrededor de brazos y
hombros. Un diseño empieza a ser visible: un arnés que inmoviliza
progresivamente al joven y le sirve como punto de apoyo hacia una anilla que
cuelga del techo. Un par de tirones de las cuerdas hacen volar al hombre, que
queda completamente suspendido de la anilla y girando lentamente sobre sí mismo.
De repente la mujer saca unas tijeras y el público contiene el aliento: ¿hay
alguna emergencia que haga necesario cortar las cuerdas? Sin embargo, la mujer
agarra la coleta del joven, y en un gesto tierno cuyos significados se adivinan
profundos, la corta.
El shibari es ante todo una comunicación íntima entre dos
personas… Pero al ser un arte tan visual y estéticamente potente, es lógico que
encuentre uno de sus principales medios de expresión encima de los escenarios,
no sólo de clubes especializados sino también de teatros, locales privados o
incluso platós de televisión. Recientemente el canal Arte retransmitió una
preciosa performance aérea de la bailarina berlinesa Dasniya Sommer (en la
foto), que combina de forma hipnótica y preciosista shibari, yoga y danza
contemporánea…
Gran parte de los artistas del shibari que deciden subir a
un escenario le deben mucho al maestro Osada Eikichi, primer nawashi en llenar
locales con sus coreográficas e intensas actuaciones tras su primera y
legendaria performance en el estudio de ballet Ars Nova de Tokio, en 1964. Su
testigo lo recogió el gran Osada Steve, de origen alemán y único nawashi
occidental residente en Japón. Las apariciones públicas de Osada Steve resultan
siempre espectaculares, ya que posee un magnetismo particular y un sentido
escénico muy desarrollado. Tuve en 2010 la inolvidable oportunidad de asistir a
uno de sus talleres, organizado en Barcelona por el Club Social Rosas 5, y de
verle en acción…
8. La belleza del kinbaku
Todo este artículo no ha hecho más que rascar la superficie
de un mundo sensual y sorprendente que conjuga niponofilia, erotismo, estética
y espectáculo, un arte del que podría estar hablando durante horas… Pero me
debo despedir ya y lo haré con una recomendación literaria: quien quiera saber
más de la historia y orígenes del shibari debería conseguir el libroThe Beauty
of kinbaku, de “Master K”: un ensayo precioso y profusamente ilustrado con
hermosas fotografías, publicado en una única edición de mil ejemplares que se
convertirán pronto en objeto de coleccionista…
Artículo de Josep
Lapidario