domingo, 30 de abril de 2017

COMO ALCANZAR EL ORGASMO PERFECTO EN 10 PINTURAS DE RAMON CASAS





Las musas acarician los sentidos lentamente, los agudizan hasta llenar al cerebro del artista de estimulantes que se desencadenan en obras maestras. Lienzos repletos de sentimientos, hojas llenas de frases hiladas en una sola voz o esculturas de la vida misma son el resultado de la magnitud creativa de un ser vivo y por supuesto, de la inspiración que se le aporta.

Ramón Casas no permitía que su inspiración tomara posesión de él, el pintor era quien la atrapaba entre sus manos, cerebro y corazón para después moldearla, estilizarla e impregnarle sus más bajos deseos. Casas plasmaba su apetito por el amor, la lujuria y la pasión carnal porque el ser humano es así, pasional y erótico; le gusta el disfrute sexual y se divierte llevándolo a cabo de diferentes maneras.



En 1922, Casas contrajo matrimonio con Julia Peraire, una chica 22 años más joven que él pero que lo atrapó con su encanto natural que la volvía sexualmente irresistible. Era perfecta: tez sumamente blanca, cabello de seda rojizo y una mirada tan atrapante que nadie se resistía ante ella. Casas estaba completamente seguro que su musa se escondía debajo de la joven y estirada piel de Julia.


A la par de su enamoramiento, se dedicó a pintar y satirizar la vida burguesa que escondía secretos, en su mayoría sexuales. Las señoritas de alcurnia se educaban con libros, modales y ropa. No obstante, solían aburrirse constantemente. Para darle fin al ocio, exploraban sus cuerpos de manera autodidacta. De ahí se deriva la frase que dio a conocer la pintura siguiente: “cuando me aburro de leer, me masturbo”. Ni siquiera tuvo que decirlo. La autosatisfacción sexual era una actividad muy practicada en la clase alta en la que Casas se movía con destreza.


El pasatiempo que practicaban a solas las llevó a ser la base de un estudio de la época en el que se indicaba que las mujeres solas y abandonadas, se autoexploraban, cometiendo inmoralidades y pecados que parecían enviadas por el propio demonio.
Casas era el primero en apoyar la idea de que la masturbación, el amor y la pasión provenían de la mente de un ser infernal, digno del castigo eterno. No obstante, era la mejor manera de justificar el erotismo incipiente en su obra. El artista amaba ver a su joven esposa mostrarse sensual ante él. Con la mirada fija en el espectador y una actitud erotizada, el pintor plasma en el lienzo toda la sensualidad que emana el ser humano.







Ramón Casas prefería ver a su esposa mostrarse como poseída por un extraño demonio, que saberse hipócrita. La época era muy libertina, llena de excesos y todos portaban caretas de buen comportamiento y una vida plena. No obstante, era sabido que la vida erótica estaba prohibida y al mismo tiempo se exhibía con cierto cinismo, de tal modo que el artista no dudó en plasmarlo en sus cuadros.







A pesar de haber sido reprimido más de una vez, nunca dejó de protestar y cristalizar el vivir cotidiano de una época en la que los deseos sexuales de desfogaban de manera tan obvia que ocultarlo era sumamente fácil. Además, su esposa era la musa perfecta para ser plasmada sin ningún tipo de adorno extra. Ella era ya una obra de arte.

La obra pictórica de Casas muestra mujeres cuyo apetito sexual no se limita. Viven de noche, saltando de fiesta en fiesta buscando satisfacer los deseos húmedos que las aquejan. No obstante, por el día son las mismas personas que en la noche, la diferencia está en que mientras el sol regía en las alturas, solían esconder su sensualidad en detalles sencillos como un adorno en el cabello o un accesorio que les permitían hacerse notar, con prudencia, como señoritas deseosas de una jornada intensa de pasión.
Como si se tratara de divinidades, Casas enaltece los detalles de una mujer. Con los hombros descubiertos y una invitación a continuar quitándose la ropa, cuerpos donde la mente divague en fantasías y represiones sexuales. Así lo demuestra en “Mujer desnudándose”.



A manera de sátira autobiográfica, Casas define su obra con pinceladas sutiles y líneas casi imperceptibles que connotan más allá de la pasión que siente por su compañera, a alguien que grita desesperada de necesidad por salir de la represión. No sólo él, sino todo su entorno.
Las mujeres vivían reprimidas y por ello la promiscuidad oculta era el pan de cada día. Muchos lo denominan machista por centrarse únicamente en el disfrute sexual femenino y no en el masculino ni en el colectivo. Otros defienden su quehacer artístico aplaudiendo el modo tan realista que usaba para referirse a los deseos carnales sin llegar a ser explícito. Él sabía cómo dejar a la imaginación los detalles que terminaban por completar el cuadro, como el siguiente. Una mujer que claramente se desnuda lento y deja ver una parte del pezón. Su inocencia e interés por el sexo son la principal característica pictórica de la corriente de Ramón Casas.
Sus detractores lo califican como un machista enaltecedor de la belleza femenina y su sexualidad como puntos misóginos. El esfuerzo por pintarlas sensuales y eróticas, con cargas sexuales excesivas sin caer en la vulgaridad, era un desafío al intelecto de cada una de sus retratadas y en especial a su musa. Para muchos críticos, la ferviente sexualidad externada en las pinceladas de Casas es un freno al hambre de conocimiento de las mujeres.


No obstante, Casas defendió su postura haciendo entender a los críticos especializados (y por diversión), que sus obras solamente demostraban lo que una mujer quiere en el terreno sexual. ¿Qué hay de malo en que una mujer enseñe un pezón o que con una mirada invite a su pareja a tener un encuentro sexual placentero? Negarlo era un gesto tan egoísta como la hipocresía diaria por parte de la alta alcurnia, misma que le negaban los servicios y derechos a los menos favorecidos.
En efecto, Casas se inmiscuyó en asuntos políticos y aún en sus obras eróticas, hacía reclamos a las altas esferas, medio al que perteneció desde niño. En “Desnuda” y la siguiente obra (sin nombre) hace una metáfora de la mujer entendiendo su cuerpo y mostrándolo totalmente al descubierto por la parte de atrás; la espalda al público. Los críticos aseguran que es la manera en que el creativo despreciaba a la sociedad en la que vivía. Qué mejor manera de ignorarlos: dándoles la espalda… desnuda.


Así, Casas defendió la liberación sexual femenina plasmando sus deseos completamente naturales en sus obras. Usando a su bella mujer como inspiración, acaricia el lienzo con la delicadeza femenina que pocos se atrevían para ilustrar o que simplemente no podían percibir tan fácilmente. Las musas hacen el trabajo difícil, si ellas no atrapan al artista, nada lo hará. En “Deshojadas” y “Lado Femenino” se pueden ver dos cuerpos extasiados, llenos de placer o al menos de amor propio que no es más que la demostración del erotismo de cualquier mujer en el mundo.



La inspiración le llegó a Casas a través de una joven y bella mujer que lo condujo a crear obras tan eróticas que fungen como detonador de la sensualidad. A nosotros nos queda el legado de Ramón Casas cuya obra, que roza en el hiperrealismo incipiente, nos sumerge en un mundo carnal y pasional, repleto de inspiración, amor y lujuria.





sábado, 29 de abril de 2017

TAKATO YAMAMOTO, la búsqueda del placer







En su propuesta hedonista Epicuro habla sobre una aritmética del placer: saber hacer un balance entre los placeres y los dolores que derivan de un deseo. El filósofo griego, fundador del epicureísmo, propuso una doctrina del hedonismo a partir de la razón. Es con ésta con la que se debe valorar los placeres y dolores para hacer de los primeros “los del alma”, por encima de los placeres del cuerpo, y sean estos un estado de bienestar prolongado.









Los hombres, al igual que todos los seres de la naturaleza, están en una incesante búsqueda del placer. Por instinto, o pulsión, los seres vivos tienden al placer y huyen del dolor. La satisfacción o el incumplimiento de los apetitos, según Epicuro, provoca el placer o sufrimiento del hombre; entre los apetitos que determina el griego están los no naturales pero necesarios: los eróticos.








Esta postura sobre el hedonismo se opone a la propuesta gráfica del artista Takato Yamamoto (Akita, 1960). El japonés es un ilustrador y cartelista cuya propuesta visual está anclada a los grabados de estilo Ukiyo. El trabajo de Yamamoto es una declaración oscura, inquieta y permisiva que tiene referencias en el shogunato y apela a la despreocupación para vivir sólo para el momento.


























La constante en la obra de Yamamoto es la aparición de rostros femeninos e infantiles que dan apariencia a cuerpos desnudos, sugerentes e impávidos ante los placeres descarados. Un dejo de malicia hay en los gestos de sus personajes, lo que hace de las ilustraciones del japonés el ejemplo gráfico del bien asociado al placer.

























El artista explora temas como la oscuridad, la metamorfosis, el amor, la muerte y el placer en un perfecto encuentro entre el erotismo y la estética japonesa. Desde una posición sensualista, la obra de Yamamoto abastece los sentidos como fuente de conocimiento para hallar la verdad en las emociones que provoca.



Este paralelismo inherente con las escuelas griegas es por la asociación de la felicidad o el bienestar con el placer. El goce visual es el fin último de su aportación artística, y es en este punto en el que se hallan vinculados el hedonismo, sus vertientes y la obra de Yamamoto, pues el camino de los tres es vivir en el continuo placer para suprimir el dolor, las angustias, y estimular la exaltación de los sentidos, esto a través de los placeres sexuales. Para Epicuro el placer persé es bueno, el medio para alcanzarlo es el riesgo.