Las musas acarician los sentidos lentamente, los agudizan
hasta llenar al cerebro del artista de estimulantes que se desencadenan en
obras maestras. Lienzos repletos de sentimientos, hojas llenas de frases
hiladas en una sola voz o esculturas de la vida misma son el resultado de la
magnitud creativa de un ser vivo y por supuesto, de la inspiración que se le
aporta.
Ramón Casas no permitía que su inspiración tomara posesión
de él, el pintor era quien la atrapaba entre sus manos, cerebro y corazón para
después moldearla, estilizarla e impregnarle sus más bajos deseos. Casas
plasmaba su apetito por el amor, la lujuria y la pasión carnal porque el ser
humano es así, pasional y erótico; le gusta el disfrute sexual y se divierte
llevándolo a cabo de diferentes maneras.
En 1922, Casas contrajo matrimonio con Julia Peraire, una
chica 22 años más joven que él pero que lo atrapó con su encanto natural que la
volvía sexualmente irresistible. Era perfecta: tez sumamente blanca, cabello de
seda rojizo y una mirada tan atrapante que nadie se resistía ante ella. Casas
estaba completamente seguro que su musa se escondía debajo de la joven y estirada
piel de Julia.
A la par de su enamoramiento, se dedicó a pintar y satirizar
la vida burguesa que escondía secretos, en su mayoría sexuales. Las señoritas
de alcurnia se educaban con libros, modales y ropa. No obstante, solían
aburrirse constantemente. Para darle fin al ocio, exploraban sus cuerpos de
manera autodidacta. De ahí se deriva la frase que dio a conocer la pintura
siguiente: “cuando me aburro de leer, me masturbo”. Ni siquiera tuvo que
decirlo. La autosatisfacción sexual era una actividad muy practicada en la
clase alta en la que Casas se movía con destreza.
El pasatiempo que practicaban a solas las llevó a ser la
base de un estudio de la época en el que se indicaba que las mujeres solas y
abandonadas, se autoexploraban, cometiendo inmoralidades y pecados que parecían
enviadas por el propio demonio.
Casas era el primero en apoyar la idea de que la
masturbación, el amor y la pasión provenían de la mente de un ser infernal,
digno del castigo eterno. No obstante, era la mejor manera de justificar el
erotismo incipiente en su obra. El artista amaba ver a su joven esposa mostrarse
sensual ante él. Con la mirada fija en el espectador y una actitud erotizada,
el pintor plasma en el lienzo toda la sensualidad que emana el ser humano.
Ramón Casas prefería ver a su esposa mostrarse como poseída
por un extraño demonio, que saberse hipócrita. La época era muy libertina,
llena de excesos y todos portaban caretas de buen comportamiento y una vida
plena. No obstante, era sabido que la vida erótica estaba prohibida y al mismo
tiempo se exhibía con cierto cinismo, de tal modo que el artista no dudó en
plasmarlo en sus cuadros.
A pesar de haber sido reprimido más de una vez, nunca dejó
de protestar y cristalizar el vivir cotidiano de una época en la que los deseos
sexuales de desfogaban de manera tan obvia que ocultarlo era sumamente fácil. Además,
su esposa era la musa perfecta para ser plasmada sin ningún tipo de adorno
extra. Ella era ya una obra de arte.
La obra pictórica de Casas muestra mujeres cuyo apetito
sexual no se limita. Viven de noche, saltando de fiesta en fiesta buscando
satisfacer los deseos húmedos que las aquejan. No obstante, por el día son las
mismas personas que en la noche, la diferencia está en que mientras el sol regía
en las alturas, solían esconder su sensualidad en detalles sencillos como un
adorno en el cabello o un accesorio que les permitían hacerse notar, con
prudencia, como señoritas deseosas de una jornada intensa de pasión.
Como si se tratara de divinidades, Casas enaltece los
detalles de una mujer. Con los hombros descubiertos y una invitación a
continuar quitándose la ropa, cuerpos donde la mente divague en fantasías y
represiones sexuales. Así lo demuestra en “Mujer desnudándose”.
A manera de sátira autobiográfica, Casas define su obra con
pinceladas sutiles y líneas casi imperceptibles que connotan más allá de la
pasión que siente por su compañera, a alguien que grita desesperada de
necesidad por salir de la represión. No sólo él, sino todo su entorno.
Las mujeres vivían reprimidas y por ello la promiscuidad
oculta era el pan de cada día. Muchos lo denominan machista por centrarse
únicamente en el disfrute sexual femenino y no en el masculino ni en el
colectivo. Otros defienden su quehacer artístico aplaudiendo el modo tan
realista que usaba para referirse a los deseos carnales sin llegar a ser
explícito. Él sabía cómo dejar a la imaginación los detalles que terminaban por
completar el cuadro, como el siguiente. Una mujer que claramente se desnuda
lento y deja ver una parte del pezón. Su inocencia e interés por el sexo son la
principal característica pictórica de la corriente de Ramón Casas.
Sus detractores lo califican como un machista enaltecedor de
la belleza femenina y su sexualidad como puntos misóginos. El esfuerzo por
pintarlas sensuales y eróticas, con cargas sexuales excesivas sin caer en la
vulgaridad, era un desafío al intelecto de cada una de sus retratadas y en
especial a su musa. Para muchos críticos, la ferviente sexualidad externada en
las pinceladas de Casas es un freno al hambre de conocimiento de las mujeres.
No obstante, Casas defendió su postura haciendo entender a
los críticos especializados (y por diversión), que sus obras solamente
demostraban lo que una mujer quiere en el terreno sexual. ¿Qué hay de malo en
que una mujer enseñe un pezón o que con una mirada invite a su pareja a tener
un encuentro sexual placentero? Negarlo era un gesto tan egoísta como la hipocresía
diaria por parte de la alta alcurnia, misma que le negaban los servicios y
derechos a los menos favorecidos.
En efecto, Casas se inmiscuyó en asuntos políticos y aún en
sus obras eróticas, hacía reclamos a las altas esferas, medio al que perteneció
desde niño. En “Desnuda” y la siguiente obra (sin nombre) hace una metáfora de
la mujer entendiendo su cuerpo y mostrándolo totalmente al descubierto por la
parte de atrás; la espalda al público. Los críticos aseguran que es la manera
en que el creativo despreciaba a la sociedad en la que vivía. Qué mejor manera
de ignorarlos: dándoles la espalda… desnuda.
Así, Casas defendió la liberación sexual femenina plasmando
sus deseos completamente naturales en sus obras. Usando a su bella mujer como
inspiración, acaricia el lienzo con la delicadeza femenina que pocos se
atrevían para ilustrar o que simplemente no podían percibir tan fácilmente. Las
musas hacen el trabajo difícil, si ellas no atrapan al artista, nada lo hará.
En “Deshojadas” y “Lado Femenino” se pueden ver dos cuerpos extasiados, llenos
de placer o al menos de amor propio que no es más que la demostración del
erotismo de cualquier mujer en el mundo.
La inspiración le llegó a Casas a través de una joven y
bella mujer que lo condujo a crear obras tan eróticas que fungen como detonador
de la sensualidad. A nosotros nos queda el legado de Ramón Casas cuya obra, que
roza en el hiperrealismo incipiente, nos sumerge en un mundo carnal y pasional,
repleto de inspiración, amor y lujuria.
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