En la actualidad el onanismo o masturbación sigue siendo
visto como un tabú y tachado como actividad vergonzante, pero no siempre fue
así.
En la actualidad el onanismo o masturbación sigue siendo
visto como un tabú y tachado como actividad vergonzante, pero no siempre fue
así. En la antigüedad era un acto común, personal y privado (la mayoría de
veces), pero jamás denigrante ni prohibido por ninguna ley. No está muy claro
desde cuando empezó a ser condenada y vista como algo perverso y amoral, pero
de lo que, si estamos seguros, es que gran parte de la culpa fue de la iglesia.
Los mitos más antiguos de la Mesopotamia y Egipto hablan del
dios Apsu, que nació del océano primigenio, creándose a sí mismo mediante
masturbación, saliva y lágrimas, y de esa forma dio vida a la Vía Láctea. Por
eso no es nada raro que las reinas egipcias fueran enterradas hace más de
cuatro mil años con todos los objetos que necesitarían en el más allá,
principalmente ropa, peines y sus dildos (también llamados consoladores).
Aunque sólo el rígido código de los espartanos condenaba la
masturbación, el resto de griegos la consideraba un don de los dioses puesto
que el dios Hermes le enseñó a su hijo Pan, más conocido como Fauno, a
masturbarse para aguantar el desdeño de la ninfa Echo. El Fauno aprendió bien
la lección, superó su dolor y transmitió la enseñanza a los primeros pastores
de la arcadia griega.
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La masturbación era común en hombres y mujeres, pero es
importante destacar que, por más que haya sido un obsequio de los dioses, era
considerada una actividad privada y muy personal, aunque como toda regla tenía
su excepción. Por ejemplo, el filósofo Diógenes se levantaba la toga y se
masturbaba frente al público en el ágora. Obviamente el pueblo se sorprendía y
las chicas -unas más, unas menos- se sonrojaban. Diógenes trataba de enseñar
que todas las actividades humanas merecen ser hechas en público, que ninguna de
ellas es tan vergonzosa como para requerir privacidad. De todas formas, aunque
innovadora y audaz en todo sentido su propuesta, sus contemporáneos no
estuvieron de acuerdo y no fue secundada.
El famoso médico griego Galeno sostenía que la retención de
semen en el organismo era peligrosa y causante de mala salud. Citaba al mismo
Diógenes como ejemplo de una persona culta, que practicaba el sexo y también se
masturbaba para evitar los riesgos de la retención.
Los dramaturgos también mencionaban los consoladores en sus
comedias, mientras los artesanos los representaban en sus jarras y cuencos. La
ciudad de Mileto para esa fecha, se había hecho famosa en todo el Mediterráneo
debido el cuero con el que confeccionaban sus consoladores. Tanto así, que Lisístrata,
la heroína de la obra homónima de Aristófanes, se quejaba tristemente de la
escasez de dildos:
“Y ni siquiera de los amantes ha quedado ni una chispa, pues
desde que los milesios nos traicionaron, no he visto ni un solo consolador de
cuero de ocho dedos de largo que nos sirviera de alivio «pueril». Así que, si
yo encontrara la manera, ¿querríais poner fin a la guerra con mi ayuda?”
Para quienes no lo saben, Lisístrata es una comedia que
narra la historia de un grupo de mujeres que decidieron suspender las
relaciones sexuales con sus maridos, hasta que estos pusieran fin a la
interminable guerra entre Atenas y Esparta. Para cumplir su objetivo, echan de
menos los buenos consoladores de Mileto confeccionados con piel de perro, si,
de perro.
Hay algo que es importante señalar, y es que la masturbación
entre los hombres griegos adultos, también era vista como un signo de pobreza,
ya que cuando tenían dinero preferían pagar a una trabajadora sexual.
Bueno, continuando con el curso de la historia, la
masturbación cayó en desgracia en Europa con el inicio del cristianismo, pero
lo curioso es que la Biblia no hace mención alguna sobre la masturbación. A
pesar de eso, los primeros padres de la iglesia se oponían a esta práctica del
mismo modo que a cualquier tipo de sexo no reproductivo. Por ejemplo, Augustine
de Hipona (350–430 d.C), un obispo influyente de los primeros años de la
iglesia cristiana, enseñaba que la masturbación y otras formas de relaciones
sin penetración eran pecados peores que la fornicación, la violación, el
incesto o el adulterio. Sostenía que la masturbación y otras actividades
sexuales no reproductivas eran pecados "antinaturales" porque eran
anticonceptivos. Como la fornicación, la violación, el incesto y el adulterio
podían conducir al embarazo, eran pecados "naturales" y por lo tanto
muchos menos graves que los pecados "antinaturales". De esta manera y
desde esta fecha, la masturbación fue considerada como un pecado más grave que
una violación o el incesto.
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Agustín de Hipona, por Boticcelli
La condena de Augustín de Hipona a la masturbación como
pecado antinatural fue aceptada por toda la iglesia durante la Edad Media y
restablecida en el Siglo XIII por Santo Tomás de Aquino en su Summa Theologica.
La historia bíblica de Onan, citada frecuentemente como un
texto en contra de la masturbación, en realidad se refiere al pecado que
cometió Onan al rehusarse a obedecer el mandamiento de Dios de fecundar a su
cuñada viuda. Onan copuló con ella, pero se retiró antes de eyacular y
"derramó su simiente" fuera del cuerpo de la mujer, o sea realizó un
común y silvestre coitus interruptus. La Ley de Moisés dictaba que cualquier
persona que derramase su semen en tierra infértil lo estaba haciendo en el
lugar incorrecto. En el siglo XVI Martín Lutero confunde aquel interruptus con
"palma de la mano", y con eso contribuye a aumentar el estigma que ya
llevaba.
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Para el Siglo XV, el teólogo Jean Gerson en su modelo
penitencial De Confessione Mollities, aleccionaba a los sacerdotes sobre cómo
inducir a las mujeres y a los hombres a confesar "ese detestable
pecado". Gerson sugería guiarlos con una inocente pregunta así:
"Amigo, ¿recuerda haber tenido el pene erecto durante su niñez, alrededor
de los 10 o 12 años?" Luego, sugería pasar a preguntarle directamente al
penitente si se había tocado o eyaculado.
Los manuales de penitencias también especificaban las
sanciones correspondientes, que, hay que decirlo, eran relativamente leves en
comparación a otras penas. Generalmente fluctuaban en el rango de los treinta
días de oraciones especiales y ayuno. Vamos, una bagatela.
A fines del siglo XVI, el científico Gabriello Fallopio les
enseñaba a los varones a tirar de sus penes de forma enérgica y frecuentemente
para estirarlo, fortalecerlo y de este modo aumentar su potencia de
procreación, pero sus teorías igual fueron repudiadas por la iglesia.
En el siglo XVIII hace su aparición el nefasto médico Samuel
August Tissot, con un libro publicado en 1760 que debió haber sido quemado. De
ese pafleto se editaron cientos de ediciones que fueron leídas desde Voltaire y
Rousseau hasta los fundadores de los Estados Unidos, en el que se difundían los
más horripilantes mitos acerca de la masturbación y del síndrome "post-masturbatorio".
Europa y Norteamérica se empaparon de las advertencias que hacía Tissot sobre
la masturbación y curiosamente fue publicado hasta bien entrado el siglo XX,
logrando crear un temor casi universal. En su tratado Tissot ilustra una anécdota
de un hombre, que según el autor, había recibido tratamiento tardío para la
terrorífica enfermedad:
". . . fui a su hogar y lo que encontré era más un
cadáver que un ser vivo yaciendo sobre heno, escuálido, pálido, exudando un
hedor nauseabundo, casi incapaz de moverse. De su nariz fluía agua
sanguinolenta, babeaba constantemente, sufría ataques de diarrea y defecaba en
su lecho sin notarlo, había un flujo constante de semen, sus ojos, saltones,
borrosos y sin brillo habían perdido toda capacidad de movimiento, su pulso era
extremadamente débil y acelerado, su respiración era dificultosa, estaba
totalmente emaciado, salvo en los pies que mostraban signos de edema."
"El trastorno mental era igualmente evidente, no tenía
ideas ni memoria, era incapaz de conectar dos oraciones, no tenía capacidad de
reflexión, sin temor por su destino, falto de todo sentimiento salvo el de
dolor que volvía por lo menos cada tres días con cada nuevo ataque. Esto lo
hundía al nivel de una bestia, un espectáculo de horror inimaginable, era
difícil de creer que alguna vez había pertenecido a la raza humana. Murió
varias semanas después, en junio de 1757 con todo su cuerpo cubierto de
edemas."
"Los problemas que experimentan las mujeres son tan
explicables como los de los hombres. Como los humores que pierden son menos
preciosos, menos perfectos que el esperma masculino, no se debilitan tan
rápidamente; pero cuando se entregan excesivamente, por ser su sistema nervioso
más débil y naturalmente con mayor inclinación a los espasmos, los problemas
son más violentos."
Así se representaba la agonía de un hombre aquejado del mal
de la masturbación
También en la época victoriana se vio a la masturbación casi
como la raíz de muchos de los problemas del mundo. Varios libros de medicina
del siglo XIX describen como secuelas directas de la masturbación el
aletargamiento, locura pasiva y la inevitable pérdida del cabello. Imagínense
la mala fama que se llevaba un pobre calvo inglés. Algunos textos incluso la
consideraban una práctica potencialmente mortal. "En mi opinión",
escribió el Dr. Reveillè, "ni la peste ni la guerra han tenido efectos tan
desastrosos para la humanidad, como el miserable hábito de la
masturbación". Empezó entonces una lucrativa oleada de tratamientos para
esta “enfermedad”, llevando a los curanderos hasta los Estados Unidos. Se
patentaron dispositivos insólitos para evitar las erecciones nocturnas no
deseadas.
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![](https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEjAik6iCSZWqVA3V9mgCDa3apZt5pXj2_SetR4q6elbVwm0IQJzQy7yJVnPxZXCE0Ae-Xf3NPKazcc6W4zlDXG4r_YIwm3RLtYj6svFQZ-US1oOrLtwT4PPXcJ2-f9Vu_WwOnpz_jcOrrs/s320/2018012010484637427.jpg)
Cual, en esta misma época se presentó un curioso fenómeno:
los médicos solían combatir la histeria femenina acariciando manualmente el
clítoris de las pacientes hasta que pudieran alcanzar el orgasmo, que en esa
época era conocido como paroxismo histérico, puesto que consideraban que el
deseo sexual femenino reprimido era una enfermedad. Increíblemente esta
costumbre dio origen al nacimiento de los vibradores ya que los médicos se
cansaban de manipular manualmente "tantos clítoris".
Mujer en "paroxismo histérico" luego de ser
masturbada por un médico
Ya a finales del siglo XIX y comienzos del siglo XX, aparece
Sigmund Freud y reconoce que la masturbación podía tener efectos beneficiosos
como como aliviar el estrés y evitar las enfermedades de transmisión sexual,
sin embargo, advertía que la masturbación podía causar trastornos neuróticos,
especialmente neurastenia.
Hasta el siglo XIX, ésta era la imagen de un hombre que se
masturbaba
El siglo XX fue avanzando y con los conocimientos médicos
(fisiológicos y psicológicos). Los expertos comenzaron a descartar los
argumentos de que la masturbación causaba trastornos físicos, no obstante,
muchos seguían manteniendo la creencia de que la masturbación era la
consecuencia o conducía a trastornos mentales. En 1930, por ejemplo, el sexólogo
Walter Gallichan, advertía que la masturbación en las mujeres era la causante
de la apatía y frialdad femenina, que "sus gratificaciones solitarias
opacaban su sensibilidad para el coito matrimonial".
A mediados de siglo el estigma contra la masturbación seguía
siendo todavía muy fuerte. Los estudios demostraban que nueve de cada diez
niños a los que se los encontraba masturbándose eran severamente amenazados,
castigados y aterrorizados con el argumento de que se volverían locos o ciegos,
o que les iban a cortar el pene o a coser la vagina. Un 82% de los alumnos de
primer año de la universidad, todavía creían que la masturbación era peligrosa.
Tuvo que llegar Alfred Kinsey (junto a un grupo de colegas)
y publicar los resultados de más de 15 años de investigaciones sobre la
conducta sexual humana. Una de las contribuciones más importantes de ese
trabajo fue precisamente considerar a la masturbación como algo normal y
debilitar el estigma que la rodeaba. Los resultados eran reveladores: el 97% de
los hombres y el 62% de las mujeres se habían masturbado alguna vez en su vida
y habían alcanzado el orgasmo.
Alfred Kinsey
Es curioso. Los hombres, la sociedad, podían aceptar el
informe de Kinsey sobre las actividades sexuales masculinas, pero no podían
aceptar “la dura realidad” de las conductas sexuales de las mujeres
norteamericanas. Fue como un shock, como un balde de agua fría al machismo, el
enterarse (o que les dijeran en la cara) que una mujer podía masturbarse, tener
orgasmos, tener sexo antes y fuera del matrimonio o con otras mujeres. La
iglesia levantó su voz de protesta en todo el país. Sin ni siquiera echar un
vistazo o leer el trabajo de Kinsey, el entonces carismático religioso Billy
Graham escribió: “Es imposible estimar el daño que va a causar este libro a la
ya deteriorada moral norteamericana". El remezón fue tal, que hasta un
Senador (como siempre, McCarthy) denunció al trabajo de Kinsey como parte de la
conspiración comunista. En todo el país, personas con el apellido Kinsey
publicaban avisos en los diarios para aclarar que no estaban relacionadas con
el autor. Finalmente, y a causa del furor provocado, la Fundación Rockefeller
retiró su apoyo al trabajo de investigación de Kinsey, pero ya era muy tarde,
la sociedad (al menos el mundo occidental) se había despojado de los tabúes
sexuales.
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Los estudios llevados a cabo después de la muerte de Kinsey
confirmaron sus conclusiones. Para la década de los 70, el 84% de estudiantes
universitarios ya no creía que la masturbación les causara inestabilidad emocional
o mental, el mito había caído. Aun así, en diciembre de 1994, en una
conferencia sobre el SIDA patrocinada por la ONU, la entonces jefa del Servicio
de Salud Pública de los Estados Unidos, doctora Joycelyn Elders, dijo que tal
vez la masturbación debería ser enseñada en las escuelas, como una parte de los
programas educativos escolares sobre sexualidad. Por estas declaraciones el
presidente Bill Clinton le pidió que renunciara al cargo, cosa que no hizo.
Finalmente, fue cesada.
A pesar de que la ciencia hace algunas décadas comenzó a
tratar a la masturbación como una conducta normal, hasta ahora las más
prominentes instituciones religiosas se han negado a reevaluar los principios
sexuales que las rigen desde hace más de quince siglos.
Jugum: Anillo anti-masturbación para pene:
A lo largo de la historia, la masturbación ha sido motivo de
vergüenza por una gran cantidad de razones culturales, morales o religiosas. En
la época victoriana se unió este puritanismo con la medicina clínica, alegando
que el placer innecesario de la autocomplacencia drenaba el cuerpo de energías
vitales, lo que llevaba a la enfermedad, a la locura y, potencialmente, incluso
a la muerte. Para evitar tan negativo destino, apareció el anillo de Jugum.
Este dispositivo de aspecto desagradable se colocaba en la base del pene y
estaba diseñado para causar mucho dolor si alguno decidía masturbarse. Se
utilizó de 1880 a 1920 incluso en instituciones mentales. Afortunadamente, la
Asociación Médica Estadounidense declaró la masturbación un comportamiento
normal y saludable en los individuos -y no una enfermedad mental- en 1972.
Alarma eléctrica para penes:
Continuando con la masturbación, que ha sido objeto de toda
suerte de inventos, la Alarma Eléctrica era una herramienta menos 'medieval' para
contrarrestar las ganas de masturbarse. Consistía en un anillo que se ajustaba
alrededor del pene. Si el pene se ponía erecto, activaba un perno que
completaría un circuito eléctrico y haría sonar una alarma. En otros modelos de
este mismo dispositivo anti masturbación, no solo sonaba una alarma, sino que
también electrocutaba al sujeto en cuestión.
Jaula electroterapéutica:
Aunque más que terapéutico la palabra que nos viene a la
cabeza es miedo, esta jaula electroterapéutica se empleó en Francia entre 1890
y 1910 para tratar a aquellas personas que sufrían trastornos neurológicos y
psiquiátricos. Los pacientes eran encerrados en la cabina mientras fuertes
corrientes pasaban alrededor de ellos en la maraña de cables que vemos (muy
terapéutico, ¿verdad?). Aunque las corrientes eléctricas no hacían daño físico
a los pacientes, es harto improbable que les hiciera algún bien (y mucho menos
a su salud mental).
Lo que dice la ciencia de la masturbación:
Durante siglos, la masturbación ha sido un fenómeno
escondido y poco estudiado. Fue a principios del siglo XX cuando médicos como
Havelock Ellis iniciaron el estudio científico de la sexualidad humana y, poco
a poco, la verdad de estas prácticas salió a la luz. Y esa verdad es,
sencillamente, que la masturbación tiene numerosos beneficios.
Haciendo un repaso breve podemos ver que gracias a la
liberación de dopamina que produce puede actuar como analgésico y paliar
dolores de cabeza o, como explica el doctor Mariano Rosselló, dolores
premenstruales. Además previene el cáncer de próstata o la dismenorrea (dolor
menstrual) y contribuye a la producción de Inmunoglobulina A, un anticuerpo que
actúa como defensa inicial frente a virus y bacterias.
La masturbación tiene grandes beneficios y es clave para
conseguir una educación sexual sana y madura
El orgasmo y la excitación liberan serotonina y (en el caso
de los hombres) prolactina. Eso hace que un buen uso de la masturbación nos
ayude a dormir. También, gracias a la liberación de oxitocina, nos hace más
sociables, más sexys, más pasionales y más enérgicos.
Algunos sexólogos la relacionan con el aumento de la
autoestima y la disminución de los síntomas de la depresión, pero lo datos no
son concluyentes. Y en muchos casos, los datos muestran que el orgasmo tiene un
papel clave en la prevención de enfermedades cardiovasculares. Claro, que por
esta regla de tres, hacerse el láser también. Además, y esto no os lo vais a
creer, puede ayudar con hasta con el hipo.
El gran secreto de la masturbación:
Una vez aquí, y sin quererlo, nos damos de bruces con el
gran secreto de la masturbación: que tiene exactamente los mismos beneficios y
perjuicios que el sexo. Calcados. Dos gotas de agua.
Goya
Efectivamente puede causar problemas, sobre todo durante el
desarrollo. Pero como en la alimentación, la educación es la clave. Los niños
deben desarrollar una sexualidad sana, de la misma forma que deben desarrollar
unos hábitos alimenticios sanos. Por lo demás, fuera de esos problemas (que en
algunos casos pueden generar trastornos serios) no hay nada en la amplia
literatura científica de la que disponemos que nos haga pensar que la
masturbación es algo distinto a la alimentación, la higiene o el sexo.
Ante esto, la pregunta más evidente es: ¿Por qué la
masturbación está, aún hoy, tan mal vista? Es más, ¿Por qué hacemos es
separación tan estricta de dos fenómenos que están más relacionados de lo que
pensamos? Y la explicación, por sorprendente que parezca, está íntimamente
ligada a la monogamia.
La privatización del placer sexual:
En algún momento de la historia, coincidiendo con la
invención de la agricultura y la ganadería, los seres humanos inventamos la
monogamia. No, la monogamia no es el estado 'natural' de la humanidad
(signifique lo que signifique eso de 'natural'), los estudios de sociedades
primitivas muestran que lo habitual era que una camarilla relativamente pequeña
de hombres 'monopolizaran' a todas las mujeres de la tribu.
Kunisada Surimono
De repente, no obstante, pasó algo. La monogamia impuesta
(es decir, el vínculo sexual exclusivo con una sola pareja) vino, vio y venció.
Tal fue su éxito que en los documentos antiguos aparece como algo esencial. En
la mayor parte de cuerpos legales tradicionales el adulterio está severamente
penado (solo hay que mirar la Torá o la Sharia para ver ejemplos de esto).
La aplicación de métodos coercitivos (legales y morales)
contra el adulterio es una constante en la Historia
En el año 18 antes de Cristo, el emperador Augusto promulgó
la Lex Iulia de adulteriis que no sólo tipificó el adulterio cometido por una
mujer casada como una ofensa criminal muy grave, sino que obligaba al marido a
denunciarlo públicamente una vez que sabía de la infidelidad.
Con esto quiero decir que la aplicación de métodos
coercitivos, ya sean morales o legales, al adulterio es una constante a lo
largo de la historia. No sabemos muy bien porqué, la verdad. Hace unos meses,
un grupo de investigación germano-canadiense publicaron un artículo en Nature
en el que explicaban que las enfermedades de transmisión sexual tuvieron un
papel fundamental en el surgimiento de la monogamia.
Según su teoría, la agricultura primitiva permitió que por
primera vez existieran comunidades de más de 300 personas y además creó el
caldo de cultivo perfecto para que enfermedades como la gonorrea o la sífilis
se hicieran endémicas. Ante estas circunstancias, las prácticas tradicionales
(no monogámicas) perjudicaban a los que tenían muchas relaciones. Es una
teoría. Sea como sea, la monogamia triunfó y configuró buena parte del mundo
social que hoy conocemos.
La masturbación como hecho revolucionario:
Lo que se ha estudiado menos es la fina relación entre la
monogamia y la mala imagen de la masturbación. Lo que sabemos sobre la
masturbación en el mundo antiguo es escaso y contradictorio. Marcial lo
consideraba una forma inferior de placer sexual reservada a los esclavos. Los
griegos, pese a la creencia común, tampoco debían de verlo demasiado bien si
tenemos en cuenta que Diógenes el Perro, el gran infant terrible de la
antiguedad, se masturbaba en público (y adjudicaba la invención de esta a
Hermes). Por otro lado, en Egipto encontramos un dios, Atum, que creó el mundo
masturbándose y de cuya eyaculación surgió el Nilo.
fds
Donde podemos ver esta relación más clara es el siglo 18. En
1716, Baltasar Bekker, un teólogo holandés, utilizó por primera vez 'onanismo'
para referirse a la masturbación. El término (de inspiración bíblica) no es
nada preciso porque lo que hacía Onán, en el génesis, no era masturbación sino
coitus interruptus. No obstante, no es una casualidad, en la teología cristiana
empezaba a aparecer la idea clave de que tan malo era el adulterio como la
masturbación porque ambas surgían de una interpretación egoísta de la
sexualidad.
El rechazo a la masturbación adquiere su forma actual en el
contexto de los cambios sociales que produjeron la Ilustración
Aunque no era solo una cuestión religiosa. Los registros
sugieren que el rechazo a la masturbación adquiere su forma actual en el
contexto de los cambios sociales que produjeron la Ilustración. Holbach, uno de
los pensadores de la ilustración más radical, decía que "las naciones
decadentes se llenan de soleros".
Luego llegó la medicina. A veces olvidamos que la medicina
es una disciplina normativa. No estudia la vida en sí misma, sino que resuelve
problemas. Atendiendo a una determinada concepción de la vida vida buena cada
vez más naturalizada, eso sí. Esto explica tanto la inclusión como la exclusión
de la homosexualidad en el catálogo de enfermedades psiquiátricas. La relación
entre medicina y moral nunca son del todo explícitos. Pero veinte o treinta
años después del libro del panfleto de Bekker, Robert James escribió una
monografía médica en la que explicaba que la masturbación "producía los
más deplorables e incurables trastornos". Ya teníamos todas las mimbres.
En años sucesivos Tissot, Rush, White o Kellogg reforzaron a lo largo de las
siguientes décadas la idea de que la masturbación era la causa de grandes
trastornos.
El objetivo era confinar las experiencias sexuales en el
ámbito de la pareja penando el adulterio y rechazando la masturbación
En cierta forma, como en una reedición de la tragedia de los
comunes, la monogamia impuesta privatiza las claves y mecanismos del placer
sexual y se lo da a una sola persona: el objetivo era confinar las experiencias
sexuales en el ámbito de la pareja penando el adulterio y rechazando la
masturbación.
Todo aquello que va contra de esa privatización era
corrosivo para la estructura social de los últimos tres siglos. Masturbarse se
convertía así en un acto revolucionario. Y, aunque los primeros estudios serios
sobre la sexualidad son de la primera mitad de siglo XX, hizo falta una
revolución sexual y una reivindicación nítida de que lo personal es político
para que el estigma masturbatorio desapareciera. O empezara a desaparecer.